martes, 19 de julio de 2011

RAYUELA

-Te podías dejar de joder –rezongó Etienne que parecía haberlo reconocido enseguida-. Sabés que a esta hora trabajo como un loco.
-Yo también –dijo Oliveira-. Te llamé porque justamente mientras trabajaba tuve un sueño.
-¿Cómo mientras trabajabas?
-Sí, a eso de las tres de la mañana. Soñé que iba a la cocina, buscaba pan y me cortaba una tajada. Era un pan diferente de los de aquí, un pan francés como los de Buenos Aires, entendés, que no tienen nada de franceses pero se llaman panes franceses. Date cuenta de que es un pan más bien grueso, de color claro, con mucha miga. Un pan para untar con manteca y dulce, comprendés.
-Ya sé –dijo Etienne-. En Italia los he comido.
-Estás loco. No tienen nada que ver. Un día te voy a hacer un dibujo para que te des cuenta. Mira, tiene la forma de un pescado ancho y corto, apenas quince centímetros pero bien gordo en el medio. Es el pan francés de Buenos Aires.
-El pan francés de Buenos Aires –repitió Etienne.
-Sí, pero esto sucedía en la cocina de la rue de la Tombe Issoire, antes de que yo me mudara con la Maga. Tenía hambre y agarré el pan para cortarme una tajada. Entonces oí que el pan lloraba. Sí, claro que era un sueño, pero el pan lloraba cuando yo le metía el cuchillo. Un pan francés cualquiera y lloraba. Me desperté sin saber qué iba a pasar, yo creo que todavía tenía el cuchillo clavado en el pan cuando me desperté.
-Tiens –dijo Etienne.
-Ahora vos te das cuenta, uno se despierta de un sueño así, sale al pasillo a meter la cabeza debajo del agua, se vuelve a acostar, fuma toda la noche… Qué sé yo, era mejor que hablara con vos, aparte de que nos podríamos citar para ir a ver al viejito ese del accidente que te conté.
-Hiciste bien –dijo Etienne-. Parece un sueño de chico. Los chicos todavía pueden soñar cosas así, o imaginárselas. Mi sobrino me dijo una vez que había estado en la luna. Le pregunté qué había visto. Me contestó: “Había un pan y un corazón.” Te das cuenta que después de estas experiencias de panadería uno ya no puede mirar a un chico sin tener miedo.


RAYUELA. Julio Cortázar. CÁTEDRA. 1984

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